6 de septiembre de 2010

Idus de Septiembre II

J ha entrado en un estado difícil de entender. Un estado difícil de entender para él, claro está. Toma nota de lo que le sucede, pero no puede comprender qué le pasa. Trata de aclarar el estado en el que se encuentra desde hoy por la tarde, o desde ayer, también por la tarde. J recuerda que el dolor en su pecho comenzó, o tuvo la sensación de tenerlo, cuando volteó al cielo y se percató que un enorme arco iris que cruzaba por encima de las calles de la ciudad como los que aparecían en su niñez sobre los campos de sorgo de su abuelo. J recuerda a su abuelo y a su infancia y al mar. El mar que no está junto a los campos ni a su abuelo pero que lleva impregnado en los huesos. J recuerda el mar y ve, a lo lejos, aquella ciudad de tormentoso clima, La Pérgola por donde paseaba con sus padres, los helados de limón, la entrada del cine, los nísperos, las olas. J vuelve a recordar la oficina de su padre por donde veía crecer a las enormes olas del Pacífico que  creía, en aquel entonces, de un momento a otro irían a caer sobre él y su Padre. Sobre todo encima de él.
Tras divagar durante una hora entre sus recuerdos, J busca un libro para distraerse y entender de una vez por todas el estado en el que se encuentra. Sabe que no es fácil admitir su estado pusilánime. Odia aceptar sentirse menos que una sílaba o la campanada de la una, le susurra una voz. De cualquier manera J evade, huyendo a sus recuerdos de infancia, la verdadera razón de su estado, la razón por la cual el pecho le oprime las costillas y no puede beber su acostumbrada taza de café. J sigue cayendo en la depresión, su estado de ánimo apesta.
En su mesa de trabajo tiene las notas y la taza de café, los inútiles bolígrafos y sus confusos pensamientos. Sabe que no debió salir ayer por la tarde cuando un arco iris enorme se dibujaba en lo alto del cielo y los vientos hacían arder su garganta. Sabe que no debió salir y pensar en su infancia ni en los campos de sorgo ni en el mar ni en la oficina de su padre ni en las olas. No debió, lo sabe muy bien, apoltronarse frente a esa escuela y tratar de leer una novelita de estilo barroco, ilegible para su gusto. No debió de hurgar en la mirada de las horas buscando esa otra que lo tenía clavado a la acera, esperando, frente a aquella escuelita de posgrados donde alguna vez quiso realizar ciertos estudios. J sabe que no debió salir de su casa, pero al mismo tiempo sabe que ha entrado en un estado anímico que le hace cometer imprudencias y que difícilmente entiende el porqué.

3 comentarios:

Joaquin dijo...

Sigo diciéndote lo mismo: un escrito precioso, intenso e interesante. Me recuerda algo a Kafka, quizá por el uso de la tercera persona; no sé.
Los Idus no lo son para tu literatura.
Un abrazo

José Antonio dijo...

Hola Joaquín, es un gusto tenerte por aquí de nuevo. Gracias por los comentarios, lo que no sé es por qué dices que los Idus no son para mi literatura. Desde César, me parece, los idus son funestos (aunque no estemos en Marzo, y no se haga referencia a un día específico)

Abrazos.

LSz. dijo...

Una tradición la tercera. Saludos poblanos