26 de julio de 2017

Cuando no hablo de literatura

No es necesario decir que este breve artículo no habla de literatura, aunque describa situaciones cotidianas, porque si habla de ella miente, y si no también.
Hace unos meses un tipo se regodeaba diciendo que las situaciones que yo escribía tenían poco acento literario, o no lo tenían. Pienso que en realidad quiso decirme que los artículos deben oler a Rosa Venus para ser literarios. O, tal vez, dice mi psicólogo de los viernes, quiso matar a su padre, demoler alguna influencia maligna en su desarrollo creativo.
Sea lo que quiso decir, el pagano fui yo, y sin ser un santón o un diablo, sino un apasionado a los tacos de bistec, terminé clavado a una cruz. El mentado verdugo, luego de haberme clavado sus espinas, se marchó por ahí, a un evento, me parece, y no lo he vuelto a ver, gracias a nuestro señor Baudelaire; aunque sé que anda haciendo fechorías típicas de un hipster, es decir, probablemente literarias, como me lo hizo saber aquella tarde de crucifixión.
En todo caso creo que su curiosidad, si puedo llamarle así, por saber si algo es literario o no, está justificada. Sería un horror que no lo fuera, porque, mirando las cosas sin tufillo alguno, cualquier asunto puede ser literatura. Las anécdotas de Don Luis, mi globero de toda la vida, son tan literarias como lo que escribe alguien que se piensa Fabrizio del Dongo...