29 de julio de 2010

Una hoja, un libro

una hoja, un libro,
muro que incendia
                       una visión
un sueño que madura,
una tormenta que abre ríos

el aliento en la ventana
un mar espera:
                    islas, truenos,
una cerradura que se abra
para que entre el viento

llego al jardín
y la revelación me arrebata,
calla,
                  otra vez calla
desde las altísimas jerarquías
de una espalda blanca.

Irapuato, 2004

26 de julio de 2010

Ahora que es tan lejos, de Hugo de Sanctis

Ahora que es tan lejos
y tanto se ha perdido
un crepúsculo regresa a su gran madre.

El mar casi inmóvil
rodea al continente.
Podría ir fácilmente hacia las islas,
hacer un leve movimiento
y establecerme en los espacios marinos.
Dejar que la ansiedad desaparezca
definitivamente
como las viejas embarcaciones. Soledad
sin tumulto,
agua alcanzada con el sacrificio
con la tortura y
algo que entrecortado baja hacia la paz
a la última tranquilidad del día...

Pero mi vida
es un indicio apenas
un obstinado acto irreversible.

Si me dieran a elegir un lugar
donde elaborar otra vida,
elegiría esta misma roca,
sobrevendría en esta cáscara sensible
igual que las cosas.
Volvería a comer plantas
de alguna región vistosa,
a mirar los atardeceres
y después a irme, siempre irme.

Soy un agregado de lo que ha existido sin mí,
solícito y maduro.

Luego que los vientos pesados
carguen con lo que quede
y que la tenaz espuma se deshaga
y vuelva a construir
sobre mi íntima dureza.
Y adiós gravedad, adiós fragmentos, valijas,
formas huesudas que un día ocupé
queriendo ser eterno
y no pude.

Regreso lo mismo que un camino,
habito este recodo silencioso
pero no lo poseo...

Hugo de Sanctis, Canción al prójimo, ICA/Azafrán y Cinabrio, México, 2006

18 de julio de 2010

Rima V, de Gustavo Adolfo Bécquer

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío
del sol tiemblo en la hoguera
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezclo entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.

Yo, en bosque de corales,
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo soy, en fin, ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.

Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, Editores mexicanos unidos, México, 1999

8 de julio de 2010

Desde tu exilio la recuerdas

Desde tu exilio la recuerdas,
calles polvorientas, monumentos
de una época lejana, las huellas
anteriores y desconocidas de tus pasos.

Sólo himnos de media noche
por las ventanas del colegio.

Desde tu exilio miras las montañas
y crees encontrar su verdoso nombre
en las usuales postales de la lejanía,

Te detienes en la ventana y sabes
que todo es falso, no la mirada
de la noche, no la mar
de tu infancia, los arenales
en las anchas tardes de verano;

no el sabor de las preguntas
de ignota respuesta...

6 de julio de 2010

El Poeta declara su orfandad

                               Grande y dorado, amigos, es el odio 
                               Eduardo Lizalde


Yo odio profundamente la ciudad donde crecí
porque no me dio a beber de su limpísimo néctar,
porque no inoculó en mi ojos el frío polen
del verdadero odio,
porque gesticulo tontamente
frente al espejo diario
de la soledad de sus calles.

La ciudad grita diariamente en mi oído,
sabe todo lo que no podré ser,
conoce todo lo que he perdido
sobre mi taciturna sombra de rigor.

No puedo evitar su presencia
al rasurar los bulevares con mis huellas,
la ciudad es una palabra
que amarga las manos.