16 de septiembre de 2010

Idus de Septiembre VI

Con el correr del tiempo J sabe que irá olvidando las palabras. No cualquier tipo de palabras, olvidará las palabras que vuelan, las palabras que pierden peso, las palabras que coquetean con otro tipo de palabras en cuanto se les mira. Hace más de una hora que J conduce por un valle poblado de casuchas y plantíos de sorgo. Hace más de una hora que J piensa en la vida como una noria que gira y gira sin detenerse. Una noria que pierden palabras en cada vuelta, y que en cada pérdida ciertas regiones del mundo se llenan de mosquitos, de maleza, de moho y bacterias, de ciénagas enloquecidas hasta quedar completamente a oscuras.
J sabe que necesita a las palabras, sabe que necesita todo un diccionario en su cabeza para sobrevivir. Las palabras huyen, piensa, o mejor dicho parece que huyen pero en realidad lo encarcelan a uno en esa región oscura de la que difícilmente se puede salir. Hoy, por ejemplo, no sabe cómo nombrar las sensaciones que lo acosan. Las celebraciones de allá, de afuera, del otro lado del parabrisas, del otro lado de cualquier parte del mundo en la que él pudiera estar. Esas celebraciones que a lo largo del valle hieren su garganta y lo arrojan al silencio, a no fijar siquiera una sola idea, aunque sea prematura ¿O es lo contrario?, ¿esto que describo es verdad o mentira?, ¿lo ve J o lo veo yo?, ¿Quién habla en este instante?... No, no se confunda, esto que digo, esto que trato de describir lo tiñe la mirada ruinosa de J que se empeña en conducir por una carretera llena de curvas, rodeada de casuchas y plantíos de sorgo, una carretera que J se empeña en transitar para llegar a tiempo a su cita al menos por una vez en su vida de silencio.

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