29 de enero de 2009

Cartas a un columnista

11 de Junio del 2007, Madrid

Hola, concuerdo con lo escrito por usted en su reciente columna, los jóvenes somos por naturaleza impacientes. Yo, inevitablemente, me he percatado de ello, aunque no me considero un escritor. Además, tiene usted razón, la mayoría de los jóvenes somos partidarios de los juegos de palabras que no llevan a nada.

En una charla que tuve hace tiempo, unos amigos me decían que los poetas de textos con cinco o seis versos son poetas perezosos, lo mejor para los poetas en ciernes, continuaban, es el poema extenso, ¿Qué piensa de ello? Por otro lado, me resulta realmente desagradable ser demasiado categórico, debo decirle, pero los poemas "paisajistas", como usted los nombra, me resultan desagradables, nombrar las cosas tal como lo haría cualquier otro hace innecesario el poema. Sin embargo, por esta razón, a veces me siento anacrónico en la generación actual. Así, recuerdo otra charla, en donde los jóvenes poetas desdeñaban estéticas anteriores como el modernismo y todo lo que esté impregnado de sensibilidad, dicen que uno debe retratar la ciudad, como Baudelaire, es decir, ser modernos, si se está en Madrid, debe decir Madrid o Plaza Mayor o alguna línea de Metro, nombrar lo obvio, hacer el poema con lo que se tiene a la mano, sólo nombrarlo, ¿No cree que eso es una tontería? Todo esto es, creo, como bien lo dice usted, por la impaciencia, ojalá nos alejemos de esa vía, superar los 25 y, como nuevamente dice, cuando nos pregunten acerca de la escritura responder: "sigo escribiendo".

Un saludo

28 de enero de 2009

Ciencia, de Ernesto Sabato

Durante siglos el hombre de la calle tuvo más fe en la hechicería que en la ciencia: para ganarse la vida, Kepler necesitó trabajar de astrólogo; hoy los astrólogos anuncian en los diarios que sus procedimientos son estrictamente científicos. El ciudadano cree con fervor en la ciencia y adora a Einstein y a Madame Curie. Pero, por un destino melancólico, en este momento de esplendor popular muchos profesionales comienzan a dudar de su poder. El matemático y filósofo inglés A. N. Whitehead nos dice que la ciencia debe aprender de la poesía; [...]
Probablemente, este desencuentro entre el profesional y el profano se debe a que el desarrollo de la ciencia a la vez implica un creciente poder y una creciente abstracción. [...] En rigor es la doble cara de una misma verdad: la ciencia no es poderosa a pesar de su abstracción sino justamente por ella.
Es difícil separar el conocimiento vulgar del científico; pero quizá pueda decirse que el primero se refiere a lo particular y concreto, mientras que el segundo se refiere a lo general y abstracto. [...] el desiderátum del hombre de ciencia es enunciar juicios tan generales que sean ininteligibles, lo que se logra con la ayuda de la matemática. [...] a medida que la ciencia se vuelve más abstracta y en consecuencia más lejana de los problemas, de las preocupaciones, de las palabras de la vida diaria, su utilidad aumenta en la misma proporción. Una teoría tiene tantas más aplicaciones cuanto más universal, y por lo tanto cuanto más abstracta, ya que lo concreto se pierde con lo particular.
El poder de la ciencia se adquiere gracias a una especie de pacto con el diablo: a costa de una progresiva evanescencia del mundo cotidiano. Llega a ser monarca, pero, cuando lo logra, su reino es apenas un reino de fantasmas.
Se logra unificar todas aquellas proposiciones porque se eliminan los atributos concretos que permiten distinguir una taza de té, una estufa y personas que se retardan. En este proceso de limpieza va quedando bien poco; la infinita variedad de concreciones que forma el universo que nos rodea desaparece; [...]
El universo que nos rodea es el universo de los colores, sonidos, y olores; todo eso desaparece frente a los aparatos del científico, como una formidable fantasmagoría.
El Poeta nos dice:

El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

Pero el análisis científico es deprimente: como los hombres que ingresan en una penitenciaría, las sensaciones se convierten en números. El verde de aquellos árboles que el aire menea ocupa una zona del espectro alrededor de las 5000 unidades Angström; el manso ruido es captado por micrófonos y descompuesto en un conjunto de ondas caracterizadas cada una por un número; en cuanto al olvido del oro y del cetro, queda fuera de la jurisdicción del científico, porque no es susceptible de convertirse en matemática. El mundo de la ciencia ignora los valores: un geómetra que rechazara el teorema de Pitágoras por considerarlo perverso tendría más probabilidades de ser internado en un manicomio que de ser escuchado en un congreso de matemáticos. Tampoco tiene sentido una afirmación como “tengo fe en el principio de conservación de la energía”; muchos hombres de ciencia hacen afirmaciones de este género, pero se debe a que construyen la ciencia no como científicos sino simplemente como hombres. [...]
Estrictamente, los juicios de valor no tienen cabida en la ciencia, aunque intervengan en su construcción; el científico es un hombre como cualquiera y es natural que trabaje con toda la colección de prejuicios y tendencias estéticas, místicas y morales que forman la naturaleza humana. Pero no hay que cometer la falacia de adjudicar estos vicios del modus operandi a la esencia del conocimiento científico.
De este modo, el mundo se ha ido transformando paulatinamente de un conjunto de piedras, pájaros, árboles, sonetos de Petrarca, cacerías de zorro y luchas electorales, en un conglomerado de sinusoides, logaritmos, letras griegas, triángulos y ondas de probabilidad. Y lo que es peor: nada más que en eso. Cualquier científico se negará a hacer consideraciones sobre lo que podría estar más allá de la mera estructura matemática.
La relatividad completó la transformación del universo físico en fantasma matemático. Antes, al menos, los cuerpos eran trozos persistentes de materia que se movían en el espacio. La unificación del espacio y el tiempo ha convertido al universo en un conjunto de “sucesos”, y en opinión de algunos la materia es una mera expresión de la curvatura cósmica. Otros relativistas imaginan que en el universo no hay pasado, ni presente, ni futuro; como en el reino de las ideas platónicas, el tiempo sería una ilusión más del hombre, y las cosas que cree amar y las vidas que cree ver transcurrir apenas serían fantasmas imprecisos de un Universo Eterno e Inmutable.
La ciencia estricta —es decir, la ciencia matematizable— es ajena a todo lo que es más valioso para un ser humano: sus emociones, sus sentimientos de arte o de justicia, su angustia frente a la muerte. Si el mundo matematizable fuera el único mundo verdadero, no sólo sería ilusorio un palacio soñado, con sus damas, juglares y palafreneros; también lo serían los paisajes de la vigilia o la belleza de una fuga de Bach. O por lo menos sería ilusorio lo que en ellos nos emociona.


Ernesto Sabato, Uno y el Universo, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1981

21 de enero de 2009

Mar, de Xavier Villaurrutia

Te acariciaba, mar, en mi desvelo;
te soñaba en mi sueño, inesperado;
te aspiraba en la sombra recatado;
te oía en el silencio de mi duelo.

Eras, para mi cuerpo, cielo y suelo;
símbolo de mi sueño, inexplicado;
olor para mi sombra, iluminado;
rumor en el silencio de mi celo.

Te tuve ayer hirviendo entre mis manos,
caí despierto en tu profundo río,
sentí el roce de tus muslos cercanos.

Y aunque fui tuyo, entre tus brazos frío,
tu calor y tu aliento fueron vanos:
cada vez más te siento menos mío.

Xavier Villaurrutia, Nostalgia de la Muerte: poemas y teatro, FCE, México, 2006

5 de enero de 2009

Recuento

Uno

Hace aproximadamente un mes que regresé de Madrid y todavía no encuentro mi sitio en este lugar. Regresé a la provincia, a buscar algo de lo que no poseo ni siquiera el nombre, a re-encontrarme con los aromas que continuamente me señalan: las piezas de mi destrozada memoria. Todo ha sido un silencioso desastre. Aún restan libros que leer, lo que traje conmigo, más lo que envié por correo, y los otros que están en la lista de deseos. Mucho material que corregir, otro tanto por re-leer, revisar las notas de estos dos años en los que he estado fuera.

Dos

En los diarios cada día leo acerca de un nuevo asesinato, alguien, cada noche, o a plena luz del día, cae agujereado por las balas o los cuchillos. Peleas por doquier entre las bandas y las autoridades corruptas e indolentes que nada hacen por remediar la situación y sólo buscan el soborno y callan. Mis amigos y conocidos, sino son heridos, son atemorizados por el crimen que se adueña de nuestras bocas, de nuestros alimentos. Me es bastante difícil concentrarme y reanudar los proyectos de trabajo planeados en Madrid, sin el enorme peso de lo que aquí sucede.

Tres

Poco realizo de manera solitaria y al mismo tiempo, no puedo escribir. Es cierto que en la lejanía se escribe con mayor seguridad y fluidez acerca de los temas dejados, pero esto no quiere decir que eso, lo escrito, posea calidad, por lo que debo revisar el material producido en Madrid. Sin embargo, aún no puedo acoplarme a estos ritmos. Nunca faltan los distractores y, conforme pasa el tiempo, las sensaciones de pérdida son aún más grandes e irreparables. Aquí no existe la misma ebullición que dejé del otro lado del Atlántico ni las mismas oportunidades. Aquí todo es cerrado, sumamente cerrado. El hermetismo es lo que prima en esta ciudad permeada por un ansía de progreso. Todos quieren ser lo que nunca han sido, incluyéndome.

Cuatro

Son muy distintas las sensaciones de ahora a las que tuve hace tiempo, cuando regresé momentáneamente a esta ciudad. Primero, fue poco tiempo y segundo, sabía que regresaría a Madrid. Ahora sé que estaré por aquí una larga temporada, por lo que debo re-construir lo que dejé, o comenzar de nuevo, pues como la luna y la primavera del poema, yo tampoco soy el mismo. Sin embargo, todo está en mi contra y no he querido afrontarlo. He negado de forma sistemática los aspectos de cambio que me limitan en lugar de aceptarlos y superarlos. Además, las puertas que dejé cerradas, las que yo mismo cerré, siguen así y no tengo esperanza de abrirlas nuevamente, claro, lo he intentado, sin éxito. Mis proyectos de abandonar la profesión que tanto me costó edificar sobre los párpados se frustran conforme llegan las tardes. Aquí todo es menos placentero y pierdo fuerza a cada instante.

Cinco

Pienso bastante en Madrid, en sus calles, en el sentir que tuve al estar en aquellos sitios, pero no debo quedarme en esas sensaciones, debo escribir, lo más importante es escribir como diría Reyes. Los más importante es ser honesto consigo mismo. Esto no es un ejercicio de consuelo y tampoco una hoja en donde me permito escribir quejas, es un intento por clarificar las derrotas y superarlas. Aunque no sé si pueda hacerlo, yo espero que así sea.