10 de enero de 2008

Ejercicio Nocturno

He comenzado los primeros trazos, tomo un sorbo de la helada taza del café cuando ella llama a la puerta: sé que es ella por que siempre comienza muy quedito y luego agrega nudillos en su insistencia. Dejo mis trazos pero antes de abrir me detengo en la cocina, no puedo recibirla así, por lo que me limpio el rostro y preparo más café, luego me dirijo a la puerta y frente a su brillante color de árbol petrificado medito en el por qué de su elección. Muchos, mejores que yo, le muestran su afecto con grandes promesas y lujosos obsequios pero no sé por que razón ella prefiere buscarme. ¿Qué ha visto en mí? Carezco de dinero, de preparación académica, de un empleo de larga proyección. Interrumpe mis pensamientos su llamado. La puerta, toda, retumba como si su corazón quisiera traspasar su pecho para buscar el mío.

La cafetera comienza a silbar, cambio el hielo de mi taza y miro un punto de la pared que a su vez me mira. Ella insiste, escucho sus llamados en cada rincón de la casa. He de aceptarlo: quiero verle pero temo nuestro encuentro. ¿Qué pasará si la dejo entrar? Y un fuerte dolor en esa parte de la cabeza que se inflama cuando dudamos me obliga a tomar una decisión. Me acerco a la puerta. Abro y me embiste como la ola en el océano a los navíos. No puedo levantarme, ella me sujeta firme en la profundidad de mi cuerpo... Nada puedo hacer salvo observar lo escrito en la página.

Alcorcón, 2008

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