9 de mayo de 2010

Y seguimos como el conejito...

¿Merece la pena la literatura? ¿Merece la pena el goce estético de leer, por ejemplo, a Stendhal? Supongamos que no, que no merece la pena. Supongamos que es mejor levantar el pico y la pala para levantar una casa en ruinas, como lo pueden ser el país, la moral, la religión, las costumbres, la economía familiar, lo primero que se nos ocurra. Supongamos que la literatura no merece la pena porque estamos menesterosos de pan y agua y vino y cualquier otro tipo de alimento. Supongamos que no tenemos que levantar una casa en ruinas sino sólo levantar. Supongamos que no merece la pena tumbarse una hora leyendo cualquier cosa porque apremian nuestra vida otras virtudes. Levantar el pico y la pala. Levantar un muro de ladrillos. Levantar el cuerpo a las seis de la mañana. Levantar. Sólo levantar. Supongamos que lo único que vale la pena en este mundo, lo único elogiable, es aquello que se precia por su valor monetario o fuerza física capaz de sostener cientos de toneladas sobre los hombros sin mucho esfuerzo. 

Supongamos que el único placer, el trabajo real, es estar horas y horas trajinando bajo el sol cualquier absurdidad pensable, pero muy justificable como la existencia humana. Imaginemos un poco, alejándonos de lo inmediato, prestando atención a lo no presente, a lo que se nos muestra con su poderío físico, como bomberos apagando un fuego no extinguible. Pensemos en las cosas de este mundo: las modas, las fiestas, la diaria labor de las masas, la secreta fidelidad de una costumbre y veremos, bajo este marco, nada pesimista, aunque lo anterior diga lo contrario, la respuesta a si vale o no la pena leer literatura.

Pensemos bien las cosas: para un gobernante la literatura no le es necesaria para ejercer su gobierno, a él no le son necesarios los versos de Quevedo para ejecutar unas leyes más o menos justas, o hacer mofa de sus contrincantes. Tampoco le son necesarias las palabras de Paz al panadero de la esquina para hacer unos ricos bizcochos. Ni siquiera la exaltación de un Juan de la Cruz a la viejita que nos poncha las pelotas y nos tilda de libertinos en la iglesia más cercana. Tampoco le hacen falta las intrigas del señor Sorel a nuestros diputados para alcanzar las gracias del poder. Entonces, ¿para qué leer literatura? ¿Vale la pena el desvelo? ¿Vale la pena leer y leer, ya ni siquiera intentar escribir unas cuantas oraciones?

Y sin embargo hay literatura. Y sin embargo el hombre, cualesquiera sea su oficio, se siente abandonado durante su existencia en el mundo. Y sin embargo día a día buscamos una buena conversación: la correspondencia fraternal entre los hombres. Y sin embargo buscamos anhelantes al otro, tratando de llenar un vacío inexplicable. Y sin embargo cansados de tanta retahíla, buscamos el sofá desesperados por mirar la telenovela, el partido de fútbol,  la serie de buena o mala factura. Y sin embargo las madres mandan a sus hijos a la iglesia para estudiar, disfrutar acaso, las grandes mitologías del catolicismo. Y sin embargo, cuando por circunstancias ajenas a nosotros leemos algún verso, alguna frase contundente, un pasaje entero, creemos que al fin el mundo ha abierto sus puertas y nos ha revelado su secreto; creemos en los sueños, en la iglesia, en los Reyes Magos; creemos que algún día terminarán nuestros pesares y todo será dicha, a pesar de todo. Y sin embargo no es necesaria la literatura. 

1 comentario:

Joaquin dijo...

Como no va a hacer falta la literatura si somos literatura. El hombre es palabra. Ademas de otras multiples cosas, el hombre es palabra. Y cada dia el hombre y la mujer hablan consigo mismos se cuentan historias, se recuentan su propia historia, recuerdan su vida, oyen a su madre o a su padre contandoles recuerdos.
Luego viene la elaboracion de ese recital, cuando el vino de puro jugo de uva se convierte en crianza, reserva...
Claro que queremos literatura.
Un abrazo