14 de junio de 2008

Reflexiones matutinas

Me parece que todo poema encarna cierta dificultad, por lo que todos son dificiles, por ejemplo, la poesía de Sabines tiene su dificultad, pero su forma de usar el lenguaje se acerca tanto al habla popular que parecen muy sencillos. En Sabines, esa es una manera de lograr transmitir el mensaje por lo que hablar de niveles de dificultad, me parece ridículo. Es cierto que esto difiere con el paso del tiempo, unas cosas que ahora se privilegian, probablemente se denosten mañana.

Por ejemplo, el afán vanguardista surtió sus efectos, la ruptura de lo establecido, ¿romanticismo?, pero hoy, esa ruptura ha creado un alejamiento de lectores. En algún artículo leí que la poesía, como oficio, ha evolucionado durante el siglo XX pero sus lectores se quedaron a finales del XIX. Esto puede ser verdadero si notamos que la mayoría de los lectores de poesía prefieren poemas al estilo Bécquer, Darío, Nervo, entre otros. Pero este juicio es subjetivo, lo recojo desde mi perspectiva y de la observación de una muestra no representativa de lectores. Lo que si creo es que: no se puede olvidar al lector durante el oficio del poema, diferente al momento de escritura; debe olvidarse lo que el lector desea encontrar en el poema, el poema debe sorprender al decir; el poeta debe de estimular al lector para que éste pueda comunicarse con su universo particular y posteriormente reflexione su asombro; y el lector debe tener disposición de leer el texto, ser disponible a lo que le pronpongan.

Lo anterior es, claro está, una visión idealista que sugiere, como ya dije, una dificultad en todo texto y que rara vez se cumple. Pero si el lector (sea o no asiduo) logra disfrutar con un sólo verso, el milagro ha sucedido. Y se han perdido las barreras.

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