Hace tiempo que no escribía, digo tiempo porque rompí la habitualidad de escribir con cierta regularidad. En este tiempo me he acercado a los Poetas Luis Luna, Francisco Cenamor, Paz Cornejo y Eva Díaz, principalmente a Luis al que le debo atenciones, lecturas, recomendaciones, lecciones y su paciencia, su entusiasmo por mis poemas, por mi poética incipiente llena de claroscuros, por su magisterio, especie de escuela, apoyo fraternal y guía.
Pero no sólo bandazos en poesía han sucedido durante estos días, también en mi vida, en este curso caótico que vine a realizar, el escolarizado, el vital. Una rutina que me engrandece y me carcome. Es cierto que aún busco ese poema que me asombre entre la juventud madrileña, ese poema que me dé la sacralidad reafirmante, pero eso ya no existe aquí, al menos no aquí. Mi raciocinio ya no es un sol cegador, ya no es esa inquietud lúcida. Ahora es un plenilunio que esconde mucho más de lo que anuncia. Estoy a la espera de ese poema que he intentado escribir, de esas técnicas innovadoras que me ayuden a decir lo que realmente quiero decir, ese llamado interno que le dé a mi espíritu los sablazos precisos.
Mi vida en España es otra vida y lo que soy ahora no lo seré más, jamás seré lo que fui. Mi presente eterno termina en España, en sus ciudades petrificadas de historia, en sus ciudades convulsas de tanta historia, en la sacralidad de su historia. En esa apostasía que es su historia. Quedan las ciudades, lo que espera, el múltiple Madrid, el decadente Madrid, el esplendor de Madrid, el glamuroso Madrid, el pedante Madrid, el Madrid intelectual, el emocionante Madrid, Madrid.