1
No quería pensar más en ella, en Madrid, en su vida nocturna, en sus garitos abiertos hasta la madrugada, y ahora vuelve. Regresa de una manera insistente, golpeando con fuerza los cristales de la ventana como la luz de las lámparas nocturnas el escritorio: a pesar de que no la veo, siento que está de nuevo aquí y que espera ser nombrada en alguna frase. No se me ocurre nada, no pienso en nada, sólo hay un horizonte lejano, un pensamiento oscuro en mi boca como una palabra cualquiera cuando la digo, como este silencio cuando lo siento. Todo se desvanece en cuanto pienso en ella, buscar su sentido en mi historia es el sino de mis días.
2
Para aquellas ruinas éramos unos extraños, como nuestros antepasados que, hace siglos, las habían admirado. Pero los que caminaban conmigo no lo sabían: habían abolido las distancias -el tiempo, la historia, las líneas que separan al hombre de otro hombre. Su caminar, inmersos en su quietud, era la abolición entre la vida y la muerte. Pero los demás sabían algo que yo ignoraba: el ruido de los pasos sobre el camino era un rumor más entre los otros rumores de aquella noche. Un rumor diferente y, no obstante, idéntico a los lamentos de los perros en la oscuridad, los susurros de las aves en las copas de los árboles envejecidos y el dolor de la arena resbalándose en las tumbas. Saberlo era reconciliarse con el otro mundo, con nuestro pasado íntimo, incomunicable.
No quería pensar más en ella, en Madrid, en su vida nocturna, en sus garitos abiertos hasta la madrugada, y ahora vuelve. Regresa de una manera insistente, golpeando con fuerza los cristales de la ventana como la luz de las lámparas nocturnas el escritorio: a pesar de que no la veo, siento que está de nuevo aquí y que espera ser nombrada en alguna frase. No se me ocurre nada, no pienso en nada, sólo hay un horizonte lejano, un pensamiento oscuro en mi boca como una palabra cualquiera cuando la digo, como este silencio cuando lo siento. Todo se desvanece en cuanto pienso en ella, buscar su sentido en mi historia es el sino de mis días.
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Para aquellas ruinas éramos unos extraños, como nuestros antepasados que, hace siglos, las habían admirado. Pero los que caminaban conmigo no lo sabían: habían abolido las distancias -el tiempo, la historia, las líneas que separan al hombre de otro hombre. Su caminar, inmersos en su quietud, era la abolición entre la vida y la muerte. Pero los demás sabían algo que yo ignoraba: el ruido de los pasos sobre el camino era un rumor más entre los otros rumores de aquella noche. Un rumor diferente y, no obstante, idéntico a los lamentos de los perros en la oscuridad, los susurros de las aves en las copas de los árboles envejecidos y el dolor de la arena resbalándose en las tumbas. Saberlo era reconciliarse con el otro mundo, con nuestro pasado íntimo, incomunicable.
1 comentario:
No conozco al escritor a quien mencionas, pero tu escrito me trae a la memoria "Las bodas a Typasa" de A. Camus: Compenetración del cuerpo con la naturaleza, cierto hedonismo, belleza y una pizca de incierta nostalgia.
Un saludo
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