Juanito pasó de jugar a los caballos, a los trenes y a los carritos; a jugar a las sillitas y al comerciante. Recuerdo mirar a Juanito, siempre en su silla, enojado porque nosotros no conocemos nada acerca de pasturas y cosechas, de cómo ganarse el pan con el sudor de la frente, nosotros, nos decía, flojos irremediables, sólo hablamos de escritorios limpios y corbatitas abultadas. Sí, ese tipo de pendejadas, decía juanito, que habían llevado al país a la ruina. Éramos, a sus ojos, traidores a los ideales de la Revolución, Revolución de la que, claro, únicamente teníamos memoria gracias a los libros deshojados que regalaban en la primaria.
Ahí en la esquina, mirábamos todos los días a Juanito, a veces, dándole bastonazos a los perros que se acercaban, a husmear en su vendimia. Pero un día, no vimos más a Juanito. Y sí, de inmediato lo supimos: se había largado. ¡Pinche Juan!, por tu culpa no habrá más elotes con crema, salsa y limón. Ahora tendremos que conformarnos con míseros garbanzos para acompañar al sereno, mientras platicamos de las viejas y el fútbol. Sí, Juan, eres un cabrón, te largaste justo ahora que la Lucy le ha echado al guante a un ranchero bien forrado y nos prometió llevarte, un día de estos, a mirar los caballos y los sembradíos. Ya ni vale la pena decirte, que el Chucho, consiguió de los gandallas del seguro un aumento a tu pensión. Además, ¿Por qué te fuiste precisamente hoy, pinche Juan? Apenas que había traído una silla nueva para ti, de esas con botoncitos que tanto anuncian en la tele. Ah pinche Juanito, ya ni la amuelas, ya ni la amuelas pinche Juan. Mira que largarte así nómas, sin avisarle a nadie. Pero sabes, pinche Juan, ni te imaginas cuánta gente se arrimó por aquí, porque, debes saber, que aunque nunca lo notaste, tenías un chingo de clientes. Sin embargo, Juan, mira, olvidemos todos los reclamos y cuéntanos, anda, cuéntanos, Juan, por qué tuviste que morir, cuéntanos, Juanito, cuéntanos, por qué te has ido sin despedirte, anda, Juanito, cuéntanos...
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