Lo importante en el proceso de la creación artística es la confrontación con eso que llamamos realidad, el mundo, nosotros mismos, constructores de lo que nos rodea. No habrá texto duradero si esto no se lleva a cabo con la convicción de que los resultados no siempre serán agradables. La verdadera creación surge del choque, de la lenta asimilación, de lo encontrado después del colapso. El creador no puede disgregarse sin tener en cuenta la unidad. No puede perderse en el análisis de los acontecimientos de su vida al dominar su técnica poética, pues debe comprender que él mismo es su creación, debe comprender lo que le sucede en el momento de su interacción con los objetos. El ansía consumista es algo de lo que pronto debe escapar todo creador, del extremismo que enajena y distrae de lo importante: la tensión poética. Las obras no pueden producirse dentro de ese contexto. El poeta no puede ser un consumista a la manera si quiere comprometerse con su obra, si quiere trascenderla, puesto que debe ser otro para ser él mismo, estar atento a los acontecimiento y confrontarlos. Si lo banal arraiga en el creador entonces debe darse por perdido.
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