Grande y dorado, amigos, es el odio
Eduardo Lizalde
Yo odio profundamente la ciudad donde crecí
porque no me dio a beber de su limpísimo néctar,
porque no inoculó en mi ojos el frío polen
del verdadero odio,
porque gesticulo tontamente
frente al espejo diario
de la soledad de sus calles.
La ciudad grita diariamente en mi oído,
sabe todo lo que no podré ser,
conoce todo lo que he perdido
sobre mi taciturna sombra de rigor.
No puedo evitar su presencia
al rasurar los bulevares con mis huellas,
la ciudad es una palabra
que amarga las manos.
1 comentario:
contundente.
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