I
En algún punto de Cien Años de Soledad, Gabriel García Marquez dice que nadie pertenece a un lugar específico hasta que tiene un muerto bajo tierra. Si lo anterior es cierto entonces somos de cualquier lado, o de todos lados: de ninguna parte. Un muerto bajo tierra no es otro que nosotros, porque al morirse muere con el una parte de nuestra vida. El muerto nos hace pertenecer a un determinado lugar.
Cuando uno se va de casa también vuelve para reencontrarse consigo mismo, revivir a los muertos y conversar con Melquiades; contemplar cómo nos difuminamos al paso del tiempo. Sin embargo, siempre queda algo inconcluso, algo que permanece y crea una conexión con el pasado. No atreverse a reconocer esa conexión es renegar de uno mismo, traicionarse. Pocos vuelven para erigir un altar a la memoria de lo que fueron, recordar lo que son. Olvidarlo todo es olvidarse de sí mismo durante un largo periodo. ¿Quiénes pueden recordarse siempre?
II
Si ser consciente es no estar en el tiempo, como dice Eliot, sino fuera de él, entonces buscarme es desear la redención intemporal. No dejarla en manos del tiempo. ¿Qué conocimiento realmente nos redime? ¿Qué es lo que nos salva? ¿La ciencia? ¿La poesía? El conocimiento poético, dicen, devuelve nuestra existencia a la fuente de donde salió. Mientras que el otro, el científico, nos hace andar con dudas.
III
¿Por qué escribir estas digresiones? Hoy, después de tanto, pienso en esto y, como Nezahualcóyotl, a mi mismo me desgarro. Porque recordar es desagarrarse, saberse en el abandono, en lo que se dejó.
Sé tanto de ti
como no quiero saber,
sin embargo te exijo, al nombrarte,
la memoria que desprecio.
En algún punto de Cien Años de Soledad, Gabriel García Marquez dice que nadie pertenece a un lugar específico hasta que tiene un muerto bajo tierra. Si lo anterior es cierto entonces somos de cualquier lado, o de todos lados: de ninguna parte. Un muerto bajo tierra no es otro que nosotros, porque al morirse muere con el una parte de nuestra vida. El muerto nos hace pertenecer a un determinado lugar.
Cuando uno se va de casa también vuelve para reencontrarse consigo mismo, revivir a los muertos y conversar con Melquiades; contemplar cómo nos difuminamos al paso del tiempo. Sin embargo, siempre queda algo inconcluso, algo que permanece y crea una conexión con el pasado. No atreverse a reconocer esa conexión es renegar de uno mismo, traicionarse. Pocos vuelven para erigir un altar a la memoria de lo que fueron, recordar lo que son. Olvidarlo todo es olvidarse de sí mismo durante un largo periodo. ¿Quiénes pueden recordarse siempre?
II
Si ser consciente es no estar en el tiempo, como dice Eliot, sino fuera de él, entonces buscarme es desear la redención intemporal. No dejarla en manos del tiempo. ¿Qué conocimiento realmente nos redime? ¿Qué es lo que nos salva? ¿La ciencia? ¿La poesía? El conocimiento poético, dicen, devuelve nuestra existencia a la fuente de donde salió. Mientras que el otro, el científico, nos hace andar con dudas.
III
¿Por qué escribir estas digresiones? Hoy, después de tanto, pienso en esto y, como Nezahualcóyotl, a mi mismo me desgarro. Porque recordar es desagarrarse, saberse en el abandono, en lo que se dejó.
Sé tanto de ti
como no quiero saber,
sin embargo te exijo, al nombrarte,
la memoria que desprecio.
1 comentario:
"La casa no es más que un lugar al que poder regresar, cada vez que por un traspie necesitas que un poco de calor te obligue a volver al camino"
Eso de hechar raices no se me ha dado muy bien, pero cada vez que me siento perdida mi mente viaja a ese lugar que me hizo sentir segura de niña.
Concuerdo contigo de que el muerto es uno, pues mientras vivas, no hay un lugar fijo para estar, el mundo es nuestra casa, hasta que algo nos obligue a quedarnos en un lugar. Y ese algo en definitiva es la muerte. Ni siquiera el matrimonio, pues hogar es donde la pareja esté, y puede cambiar.
Bienvenido Doc!
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