Revisando mi material, descubrí la pérdida de mi cuaderno de notas, la Moleskine adquirida -un ojo de la cara- a instancias de unos colegas, y en el cual estaba desarrollando mi primer poemario temático. Ahora recuerdo algunas disquicisiones y tengo la certeza de que la escritura no es sinónimo de desahogo, puesto que al ir penetrando en la interioridad, la escritura se transforma en un infierno, lo que supuso un remedio se trueca en horror.
Nada de lo que digo es nuevo, es ya sabido por entendidos y quizás por los no tanto. La experiencia poética es comparable a la embriagez, pero una embriagez terrorífica, como una aparición lunar, súbita en el páramo, como ojos penetrantes en la oscuridad, como la boca maliciosa que sonrie, tú mismo sin deseos en el silencio de la ciudad.
El horror somos nosotros.
Nada de lo que digo es nuevo, es ya sabido por entendidos y quizás por los no tanto. La experiencia poética es comparable a la embriagez, pero una embriagez terrorífica, como una aparición lunar, súbita en el páramo, como ojos penetrantes en la oscuridad, como la boca maliciosa que sonrie, tú mismo sin deseos en el silencio de la ciudad.
El horror somos nosotros.
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