29 de agosto de 2009

no vale la pena

No vale la pena seguir. Estoy cansado de esta estúpida masa fétida. ¡Por qué no me dejan en paz!

28 de agosto de 2009

Mujeres, de Nicanor Parra

La mujer imposible,
la mujer de dos metros de estatura,
la señora de mármol de Carrara
que no fuma ni bebe,
la mujer que no quiere desnudarse
por temor a quedar embarazada,
la vestal intocable
que no quiere ser madre de familia,
la mujer que respira por la boca,
la mujer que camina
virgen hacia la cámara nupcial
pero que reacciona como hombre,
la que se desnudó por simpatía
porque le encanta la música clásica,
la pelirroja que se fue de bruces,
la que sólo se entrega por amor,
la doncella que mira con un ojo,
la que sólo se deja poseer
en el diván, al borde del abismo,
la que odia los órganos sexuales,
la que se une sólo con su perro,
la mujer que se hace la dormida
(el marido la alumbra con un fósforo),
la mujer que se entrega porque sí
porque la soledad, porque el olvido...
la que llegó doncella a la vejez,
la profesora miope,
la secretaria de gafas oscuras,
la señorita pálida de lentes
(ella no quiere nada con el falo),
todas estas walkirias
todas estas matronas respetables
con sus labios mayores y menores
terminarán sacándome de quicio.

Nicanor Parra

26 de agosto de 2009

Carta de aceptación

Esto no redime.
Esto es un correr continuo
tras el polvo,
tras aquello que pretendemos
luego de habérsenos prohibido
aquel relato
que habrá de contar otro.

Esto, lo sé, transcurre lentamente
en los párpados,
en el abandono
al que habremos de volver.

Madrid, 2007

23 de agosto de 2009

La Clase de Inglés

Era el final de un verano hondamente cálido y quizá la presencia de aquella calidez presagiaba lo que sobrevendría luego. Aquel verano contenía algo especial: por fin tendríamos una verdadera clase de inglés, por fin, Teresa, nos daría inglés.

Algunos rumores decían que Teresa tenía más o menos nuestra edad, pero nadie sabe si eso era cierto. La verdad, a nadie le importaban esos detalles de Teresa. Lo importante era otra cosa, lo importante era contemplar a Teresa. Sí, contemplarla y elucubrar qué serían nuestras vidas a su lado, mientras ella caminaba por los pasillos, mirándonos con desdén. Esa mirada altiva nos fascinaba. Nadie intuía en ese entonces que pronto no veríamos más a Teresa, era triste pensar en eso, si es que alguna vez nos detuvimos en ello. Teresa había cambiado totalmente el ambiente de la Universidad y claro, a nosotros también. No es que hubiese pocas mujeres ejerciendo la docencia. No, lo que sucedía es que ningún como Teresa. Teresa era distinta, nunca dejábamos de pensar en ella. Cuando caminaba cerca de nosotros, por los pasillos, nadie hablaba, incluso después, cuando sólo quedaba en el aire su diluido aroma. Nos mirábamos eso sí, con complicidad, asintiendo silenciosos el suceso.

Aquel verano, la clase de inglés estaba programada de una a dos, a esa hora el calor era insoportable, la calefacción, como de costumbre, no funcionaba. Nos habíamos apostado religiosamente en la escalera, esperábamos con ansiedad la llegada de Teresa, ese era una ritual al que todos estaban obligados a realizar al menos una vez, era una práctica ineludible. Pero en aquella ocasión, nadie sabía cómo terminaría todo, nadie, realmente, tenía idea de a dónde iría a parar; faltaban cinco minutos para comenzar la clase y no se escuchaba ni el silencio, estábamos más solos que en una habitación sin ventanas. De pronto, llegó: zapatitos blancos que realzaban sus piernas; falda blanca, arribita de las rodillas, ajustada, como siempre; blusa ligera, plisada; reloj, pulseras, collares, en fin, Teresa. En ese momento iba hacia nosotros, no sonreía; labios apretados, pisó el primer escalón, luego el segundo y después el tercero, cada paso suyo marcaba nuestras pulsaciones. Y entonces sucedió: el Dany la interceptó en el descanso, nadie se había atrevido nunca a interrumpir el ritual, todo fue tan de repente, tan sorpresivo como una ola de mar, incluso para Teresa. El Dany no dijo palabra alguna, silencioso, la tomó por la cintura, la atrajo bruscamente hacia él y le arrancó un tremendo beso de la boca. ¡El Dany!, un estudiante de los últimos semestres, un estudiante, mas bien discreto, que conocía porque vivíamos en el mismo barrio, un estudiante, en fin, que había hecho lo que todos deseábamos. Lo que sucedió después fue confuso: hubo gritos, jaloneos, desmayos, ni siquiera nos percatamos del momento en que desapareció Teresa. Aquella fue la última ocasión que la vimos. La Universidad volvió a ser como las otras.

15 de agosto de 2009

Juanito

Juanito pasó de jugar a los caballos, a los trenes y a los carritos; a jugar a las sillitas y al comerciante. Recuerdo mirar a Juanito, siempre en su silla, enojado porque nosotros no conocemos nada acerca de pasturas y cosechas, de cómo ganarse el pan con el sudor de la frente, nosotros, nos decía, flojos irremediables, sólo hablamos de escritorios limpios y corbatitas abultadas. Sí, ese tipo de pendejadas, decía juanito, que habían llevado al país a la ruina. Éramos, a sus ojos, traidores a los ideales de la Revolución, Revolución de la que, claro, únicamente teníamos memoria gracias a los libros deshojados que regalaban en la primaria.

Ahí en la esquina, mirábamos todos los días a Juanito, a veces, dándole bastonazos a los perros que se acercaban, a husmear en su vendimia. Pero un día, no vimos más a Juanito. Y sí, de inmediato lo supimos: se había largado. ¡Pinche Juan!, por tu culpa no habrá más elotes con crema, salsa y limón. Ahora tendremos que conformarnos con míseros garbanzos para acompañar al sereno, mientras platicamos de las viejas y el fútbol. Sí, Juan, eres un cabrón, te largaste justo ahora que la Lucy le ha echado al guante a un ranchero bien forrado y nos prometió llevarte, un día de estos, a mirar los caballos y los sembradíos. Ya ni vale la pena decirte, que el Chucho, consiguió de los gandallas del seguro un aumento a tu pensión. Además, ¿Por qué te fuiste precisamente hoy, pinche Juan? Apenas que había traído una silla nueva para ti, de esas con botoncitos que tanto anuncian en la tele. Ah pinche Juanito, ya ni la amuelas, ya ni la amuelas pinche Juan. Mira que largarte así nómas, sin avisarle a nadie. Pero sabes, pinche Juan, ni te imaginas cuánta gente se arrimó por aquí, porque, debes saber, que aunque nunca lo notaste, tenías un chingo de clientes. Sin embargo, Juan, mira, olvidemos todos los reclamos y cuéntanos, anda, cuéntanos, Juan, por qué tuviste que morir, cuéntanos, Juanito, cuéntanos, por qué te has ido sin despedirte, anda, Juanito, cuéntanos...

4 de agosto de 2009

Taller de Literatura Experimental


Taller de Literatura Experimental

Dirigido a público mayor de 16 años

Horario:

  • GRUPO A: viernes de 6:00 a 8:00 pm
  • GRUPO B: sábados de 10:30am a 12:30pm

    Casa de la Cultura Centro, Irapuato.

más informes: Lic. Alejandro Palizada